Siguiendo el camino marcado


Paciencia, contemplación, observación, o la falta de ellas.

Como bien escribió José Nevado en un comentario a uno de mis posts: «Pasamos por la vida cómo si fuésemos a vivir siempre. La disfrutamos con esa actitud tan humana de codicia y desentendimiento, disfrutando de las cosas casi como si las mereciésemos…». Pero en ocasiones me pregunto si realmente disfrutamos de las cosas y todo lo que nos rodea.

Vivimos bajo la presión de marcarnos y vivir objetivos. Siempre hay una meta a alcanzar, y en el caso de no llegar hasta ella, podemos caer en el castigo autoimpuesto de denominarnos fracasados. Ya desde pequeños estamos encorsetados en ello; tener buenas notas, la mejor educación, carrera profesional meteórica, casarnos «bien», tener hijos (cómo no), ser una familia modélica, a poder ser lo que se dice estar bien acomodada económicamente, etc. Y mientras estamos ocupados cumpliendo todos esos buenos propósitos, ¿qué es de nosotros?

En ocasiones vamos como pollos sin cabeza, corriendo de un lado a otro, sin percatarnos tan siquiera quién tenemos al lado, qué nos rodea. Una de las cosas que he aprendido gracias a mi pequeño hobbie fotográfico es bajar el ritmo, intentar ver desde otra perspectiva los lugares, personas y objetos que me rodean, en mis trayectos al trabajo, el lugar donde resido, etc. Aspectos que con el trajín habitual me pasarían desapercibidos. Seguro que a más de uno os ha ocurrido que os miren de manera extraña, como pensando: pero, ¿qué fotografía esta loca? y yo me río, no saben lo que se están perdiendo.

La vida, ese camino (a veces circular) por el que paseamos, corremos o tropezamos una y otra vez con la misma piedra. Si tenemos la suerte de conocer a alguien interesante, especial, divertido/a, ¿porqué no parar nuestra marcha para disfrutar de su compañía? ¿Porqué seguimos adelante diciéndonos a nosotros mismos: mañana vuelvo; ya le llamaré; ya le diré…»? y ese momento muchas veces nunca llega.

Cada uno de nosotros/as sobreentiende los espacios vacíos (de tiempo y los silencios) a su manera, con los malentendidos que ello conlleva. Qué más da de dónde venimos y a dónde vamos; si la suerte ha sido haberte/ros encontrado. Pero dímelo, díselo, decídselo. Te prometo que yo también lo haré. Que la vergüenza «social», de lo que está bien visto o no, no nos frene. Que el demostrar sentimientos no sea un motivo de burla.

Tengo recuerdos de mi infancia dando paseos kilométricos y jugando por uno de aquellos caminos de tierra delimitados por grandes árboles, cuya sombra nos resguardaba del sol veraniego. Cuando alguien me interesa especialmente, imagino un largo y tranquilo paseo por aquel lugar, conversando libremente, sin preocupaciones ni tabúes. Al fin y al cabo esta imagen mental no es más que un deseo de querer esas personas en mi vida, mi camino, mi trayecto.

¿Damos un paseo?

Nota: este post está inspirado en esta fotografía de Instagram de José Nevado: http://instagr.am/p/HoTD7uSiGD/